jueves, 29 de marzo de 2012

El chavismo inviable


El chavismo inviable

Derrotado en el plano de las ideas el Gobierno se refugia en la propaganda, las cadenas y el reparto populista de dinero. La revolución no es sino una copia del socialismo soviético que comenzó en 1917 y feneció con la caída del Muro de Berlín. Proclamarse marxista y bolivariano es como ser magallanero y caraquista al mismo tiempo

JOSE GUERRA

















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Ha venido el presidente Chávez propagando con malicia que después del proyecto que él encarna, no hay en Venezuela una tesis alternativa. No existiría en Venezuela, a parte de Hugo Chávez, quien pueda estructurar un cuerpo de ideas coherente para dotar al país de un derrotero diferente a esa especie de minestrón ideológico que es el socialismo marxista-leninista-estalinista, al cual se le adosó el cognomento bolivariano para hacer la mezcla todavía más indigesta.

Proclamarse marxista y al mismo tiempo bolivariano es como aquel fanático del béisbol venezolano que dice ser caraquista y al mismo tiempo magallanero, los rivales eternos de la pelota local.

Lo cierto es que más allá de la incesante y copiosa propaganda del socialismo etiquetado bolivariano, no hay luces en esa proposición y si de juzgar se trata, al proyecto chavista hay que valorarlo como una derivación degenerada del socialismo realmente existente que comenzó en la Unión Soviética con la revolución de octubre de 1917 y que feneció con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior incorporación de la Alemania comunista en octubre de 1990 a la República Federal Alemana.

Con el Muro cayeron también los países satélites que eran como sucursales moscovitas que oprimían a los pueblos de Europa oriental. Quedan como ánimas en pena, mendigando por el mundo, la Cuba castrista que vive a expensas de Venezuela porque nada produce y la monarquía de Corea del Norte que chantajeando a sus vecinos con armas nucleares, recibe cada año su dosis de alimentos que sus tierras y fábricas no pueden manufacturar.

CASCARÓN VACÍO
Un examen a fondo, detallado y al mismo tiempo desprejuiciado permite concluir que el llamado socialismo bolivariano, del siglo XXI, indigenista o como se prefiera, porque el concepto da para todo, que se trata de un cascarón vacío que ciertamente ha logrado cautivar a una parte importante de los venezolanos no por lo atractivo de la idea en sí misma, sino por una combinación de decepción histórica con los que gobernaron a Venezuela y además por los generosos ingresos petroleros que han permitido financiar un dispendio nunca antes visto en el país.

Lo que se cataloga como proyecto chavista ha sido un zigzagueo ideológico que comenzó con "el árbol de las tres raíces", luego evolucionó hacia el fascismo de Norberto Ceresole, pasó luego por la tercera vía de Tony Blair hasta decantar en el socialismo al estilo de Fidel Castro, el decano del estalinismo en América Latina. Así, juzgar al proyecto chavista es juzgar al socialismo real y sus características, a saber.

En primer lugar, la estatización gradual de los medios de producción en una avanzada financiada con recursos petroleros que ha hecho la magia de transformar empresas productivas en entidades quebradas. En segundo término, la concentración del poder en la figura del Presidente, la sumisión de todos los órganos del Estado y la liquidación de las diferentes ramas del Poder Público.

En tercer lugar, el culto a la personalidad, huella presente en todos los experimentos comunistas que se conocieron pero cuyo antecedente más inmediato fue el fascismo que encarnó Benito Mussolini, donde verdaderamente comenzó la adoración a un líder, posteriormente exportada a la Alemania nazi. En cuarto lugar, la abdicación de la soberanía nacional.

Así como Cuba era una especie de colonia soviética, hoy Venezuela mantiene claros lazos de sometimiento al régimen cubano hasta el punto que posiciones claves en la Administración Pública son cotos cerrados de dominio del gobierno antillano. En quinto lugar, la idea de constituir un partido único y sojuzgar la disidencia interna.

Las purgas y fusilamientos que realizó Stalin y Laurenti Beria, el jefe de la policía secreta rusa, tienen su correlato en la muerte moral que le intenta dar a quienes tiene una posición diferente y cometen el sacrilegio de expresarla públicamente, con los epítetos ya fastidiosos de apátrida y traidor.

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