jueves, 4 de agosto de 2011

La universidad como agente de cambio

La universidad y su compromiso con el desarrollo humano
Jesús Alberto Castillo
jesacas@gmail.com
Dedicado al amigo William Senior, Decano de la UDO-Sucre 
      No deja de tener pertinencia aquella lapidaria frase que reza “la universidad es el gran reflejo de la sociedad”. Nadie puede negar en este nuevo siglo que las instituciones de educación superior en Venezuela, desde hace un buen tiempo, han entrado en una grave y profunda crisis estructural. De manera lógica que al estar dichos centros universitarios en estado de enfermedad letal, también llegamos a la irremediable conclusión que el país se encuentra en un estado agónico. Muchos discursos se han explayado para salvar a las universidades, también contamos con innumerables estudios que no sólo han diagnosticado la terrible situación, sino que contienen aportes significativos para la búsqueda de soluciones a dicha problemática. Pero la situación termina siendo la indiferencia y la falta de voluntad política para reinventar el papel de la universidad venezolana. 
      Desde nuestra humilde óptica no se trata de poner en marcha un nuevo instrumento legal que reoriente las funciones básicas del sector universitario y garantice un proceso de excelencia y calidad en la educación. Esta iniciativa no tendría razón de ser si los actores que hacen vida dentro de las universidades y el resto de los sectores sociales, económicos, políticos y culturales del país no entienden la importancia de revitalizar el papel de dichos centros para el empuje y desarrollo integral de la nación. Sacar a las universidades del estado de ignominia en la que se encuentran responde a una acción concertadas de todos los agentes de cambio, independientemente de sus respectivas visiones, actividades e intereses. En una sociedad todos los sectores son responsables de empujar la carreta hacia nuevos derroteros y la universidad venezolana es uno de los temas fundamentales y prioritarios que debe estar en la agenda pública. 
Todo debe girar sobre una ética del desarrollo 
     En una sociedad como la actual, marcada por el avance de las nuevas tecnologías y el conocimiento, es impensable que las universidades sigan desfasadas del entorno social, económico y político. Supone un nuevo cambio de conducta institucional para fomentar la participación activa de los actores intra y extra universitarios en la concertación de una visión de país a desarrollar en 30 o 50 años y cómo las universidades se insertan realmente en dicha prospectiva. Lo importante es que cada nación se plantee un modelo de desarrollo que permita elevar las condiciones de vida de los ciudadanos y erradique sustancialmente los niveles de pobreza, muy característicos en los países subdesarrollados como el nuestro. En la medida que las universidades aporten soluciones a la problemática del entorno y viabilicen escenarios de  emprendimiento estarán cumpliendo cabalmente con su razón de ser. 
     Por supuesto, de acuerdo a Adriana Hinojosa (2008), los cambios vertiginosos a los que estamos acostumbrados desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, han incidido gravemente en la conducta ética de todos los actores sociales. La deshumanización e indiferencia están a la orden del día frente a una serie de problemas éticos que debemos enfrentar con suma urgencia, tales como el hambre, la pobreza, la corrupción, el deterioro ambiental, la generación y redistribución de la riqueza, las guerras, entre otras. Por tanto, todos los actores sociales debemos llamarnos a la reflexión y asumir un compromiso colectivo de replantearnos el país que queremos vivir. En consecuencia, las universidades, como parte de esa sociedad, está llamada a asumir su responsabilidad y ser participante activa para retomar esa ética social a través de la aceptación de una postura humanitaria institucional, capaz de armonizar todo el engranaje institucional del país con propuestas, investigaciones y conocimientos aplicados al entorno social. Las universidades no pueden cruzarse de brazos y encerrarse en sus contradicciones internas, deben abrirse como una fuerza motriz que sea capaz de presentar alternativas a los urgentes problemas de los venezolanos. 
El reto es acabar con la pobreza 
      Las universidades deben volver la mirada a su entorno cercano. Visualizar los deplorables cuadros de miseria que azotan cada rincón del país. No debe estar graduando profesionales tan sólo por cumplir con unos parámetros estadísticos. Tiene que percatarse de la bomba de tiempo que tiene a su alrededor y procurar abrir carreras y formar profesionales cónsonos con las exigencias sociales. Debe abrir una discusión urgente sobre las acciones que debe emprender para promover un concepto de desarrollo más humano pero consciente de erradicar la pobreza. Sus actores deben internalizar que una sociedad enferma como la nuestra lleva consigo el germen de su propia destrucción. De allí que los pensum de estudios deben articularse a los nuevos modelos de desarrollo integral. 
      No es casual que la UNESCO desde 1997 haya asumido una nueva definición del desarrollo como “un proceso que aumenta la libertad efectiva de quienes se benefician de él para llevar adelante cualquier actividad a la que le atribuyen valor”. Desde esta óptica, la pobreza no sólo se mide por la carencia de bienes y servicios esenciales de una persona o grupo social, sino de la falta de oportunidades para escoger una existencia más plena, satisfactoria, valiosa y preciada en el que florezca la existencia humana en todas sus formas y en su integridad. Precisamente, el fracaso de las políticas públicas llevadas adelante en los últimos años se han basado en la figura de asistencia y ayuda, formulada por expertos que, definitivamente, no permiten romper la brecha entre los países pobres y desarrollados. Y esta situación se debe a la falta de condiciones culturales y voluntad política que imposibilitan cualquier proceso de transformación social con desarrollo humano. 
¿Cómo queda la producción de conocimiento científico?
      Replantearse un modelo de desarrollo humano requiere también la promoción de un nuevo esquema en la producción de ciencia y fomento investigativo por parte de las universidades venezolanas. Al respecto Adriana Hinojosa (2008) nos recuerda que en el siglo XVII y anteriores, la ciencia debía establecer su autonomía frente a los aspectos teológicos y políticos que regían a la sociedad, por lo que, se estableció que la ciencia solo debía tener juicios de hecho y no juicios de valor. Tres siglos después, la perspectiva se ha modificado ya que la ciencia deja de ser complemento de la sociedad y ahora ocupa el centro de la misma. Esta advertencia de la autora nos coloca frente a los nuevos avances científicos y progresos tecnológicos y cabría preguntarse ¿Qué tipo de ciencia debe abordar y producir las universidades? ¿Cómo regular y controlar éticamente la ciencia? 
     Ante estas interrogantes, no le queda otro camino a las universidades que promover toda su investigación, conocimientos y asumir una postura favorable del desarrollo humano, además del desarrollo económico y el progreso tecnológico. Esta situación lleva a dichos centros a ser capaces de promover la inclusión social, una mejor distribución de la riqueza, oportunidades de integración a la actividad económica a todos los sectores de la sociedad y sobre todo, la sensibilización de los estudiantes sobre los principios de responsabilidad y solidaridad social dentro de cualquiera que sea su disciplina profesional. Por ello la referida autora destaca tres acciones estratégicas que las universidades deben llevar adelante para un enfoque ético del desarrollo, a saber: 
  1. La revisión de los objetivos institucionales: misión, visión y objetivos de la universidad.
  2. La capacitación de los docentes en estrategias pedagógicas éticas: acreditación en cursos de ética, capital social, investigación y desarrollo en la universidad.
  3. La actualización de cursos de ética en los niveles de Educación Media y Superior: transmitir desde los estudios de bachillerato los conceptos generales de la ética y su problemática básica en el orden mundial, nacional y local.

     No resulta fácil a la hora de dar una precisión conceptual a la universidad, por la diversidad de criterios y concepciones que se desprenden de ella. Al respecto Darcy Ribero establece varias visiones de la universidad.  
  1. Conglomerado de establecimientos docentes que habilitan a una parte de la juventud, proveniente de las capas más altas, para el ejercicio de las profesiones liberales, con el fin de cumplir actividades de gobierno, de producción y diversos servicios básicos al funcionamiento de la vida social.
  2. Institución que consagra y difunde la ideología de la clase dominante, contribuyendo así a la consolidación del orden vigente.
  3. Agendas de integración cultural y unificación nacional a través de ideologías de desarrollo.
  4. Instituciones que asumen programas deliberados de formación de nuevos contingentes de científicos, de tecnología, y de profesionales, ideológicamente encaminados al cambio revolucionario de la sociedad.

     En términos generales, la universidad se constituye en una comunidad de ideas y pensamientos orientados para la enseñanza, la investigación y la difusión. En cada uno de esas funciones, la universidad debe ser un instrumento fundamental del cambio social y vincularse estrechamente con su entorno. Ella debe asumir una función docente de preparación de los talentos humanos en cantidad y calidad para la vida y el progreso social. Dicha preparación debe abordar todos los aspectos científicos y técnicos; además, debe transmitir a todos los estudiantes una cosmovisión de la sociedad fundada en el saber científico y en el entrenamiento necesario para la adquisición de nuevos conocimientos. Finalmente, debe incorporar a la sociedad a la que sirve todo el esfuerzo de interpretación de la experiencia humana y las expresiones creativas de sus comunidades como el núcleo fundamental de integración, cambio y desarrollo humano.

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